La idea de un programa autoreplicante es sencilla,
poderosa y fascinante a la vez —como sucede en la Naturaleza—. Es decir, un
software capaz de copiarse a sí mismo, cualquiera que sea su propósito,
cualquiera que sea su tamaño en bytes, para propagarse a través de una red de
computadoras cual si fuese una infección, una verdadera pandemia virtual.
Virus y gusanos informáticos comparten esa idea.
Nada más que los virus, por definición necesitan un programa anfitrión que les
dé cabida y oportunidad para dañar. Los gusanos informáticos, en cambio, son
independientes, autosuficientes para agotar todo tipo de recursos de cómputo y
de red.
¿Recuerdan al Agente Smith y cómo desbordó The
Matrix con copias de sí mismo? Bien, pues más o menos así.
Bob Thomas programó el primer gusano informático
conocido —protogusano, si lo prefieren—, al que nombró Creeper —“Enredadera”,
como la planta—, a principios de 1971. En aquel entonces el investigador
trabajaba para BBN Techonologies en Massachusetts, EE. UU, empresa pionera en
redes de computadoras, específicamente en la construcción de los primeros
routersde la vieja ARPANET, donde incluso trabajaron Vinton Cerf y otros padres
de Internet. Ciertamente, Thomas se encontraba en el lugar y momento propicios
para pasar a la historia.
Creeper, una vez insertado en la ARPANET, saltaba de
nodo en nodo para hacer travesuras que consistían en imprimir archivos a medias
y enviar un lindo mensaje a la terminal: “Soy la enredadera, ¡atrápame si
puedes!”. Después de todo se trataba de un experimento, no de un malware
diseñado para dañar a los usuarios.
El buen Creeper, a diferencia de sus sucesores, no
dejaba copias de sí mismo tras de sí: las borraba después de replicarse en su
siguiente destino. Viajaba por la red como entidad única, porque así fue
concebido. Thomas quiso que el blanco fuera el sistema operativo TENEX
instalado en las computadoras de la familia PDP-10 —computadoras de grandes
hackers, como Richard Stallman, por cierto—, dominantes en las universidades y
centros de investigación de la costa este de los EE. UU. Equipos como este:
La leyenda cuenta que Creeper no existió, que en
realidad fue obra de un administrador de sistemas que vencía el aburrimiento
enviando mensajes molestos a los usuarios. También se dice que existió una
segunda versión de Creeper, más cercana al concepto actual de gusanos
informáticos pues era capaz de multiplicarse por la red. En todo caso, en su
momento Creeper no representó más que pequeñas molestias en unos y risas nerds
en otros. No existe código fuente para comprobar nada, sólo buenas anécdotas
pasadas de boca en boca. Sin embargo, la sencilla idea atribuida a Bob Thomas
abrió el camino a una inacabable variedad de software dañino; irónicamente, una
idea tan contagiosa como su propósito.
Como señalo al principio, el software autoreplicante
no es sino una débil imitación de lo que la Naturaleza hace de forma tan
eficiente, tan fractal, modelada en ciencias de la computación con Teoría de
Autómatas Celulares —ver vídeo— o Máquinas Autoreplicantes de von Neumann. Pero
esa es otra historia.
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